Cuando era niño, cada tarde de lluvia,
salíamos a bailar y mojarnos como si nada importara.
En ese momento, nada importaba, no realmente.
Mi abuela, siempre de pocas palabras,
sonreía mientras se subía a la bicicleta para levantar el barro
y abalanzarse sobre los charcos.
Su rostro recibía el agua del cielo, y la dejaba correr.
Las gotas se deslizaban rápidamente por su cara hacia el piso,
como luego lo harían sus recuerdos,
dejándola sola, sin esos días de lluvia y sin tardes de bicicleta.
Yo también me quedé solo,
sin esos días de lluvia y sin tardes de bicicleta.
Los dejé a 5.000 kilómetros.
$18.000,00
6% de descuento pagando por transferencia bancaria
Cuando era niño, cada tarde de lluvia,
salíamos a bailar y mojarnos como si nada importara.
En ese momento, nada importaba, no realmente.
Mi abuela, siempre de pocas palabras,
sonreía mientras se subía a la bicicleta para levantar el barro
y abalanzarse sobre los charcos.
Su rostro recibía el agua del cielo, y la dejaba correr.
Las gotas se deslizaban rápidamente por su cara hacia el piso,
como luego lo harían sus recuerdos,
dejándola sola, sin esos días de lluvia y sin tardes de bicicleta.
Yo también me quedé solo,
sin esos días de lluvia y sin tardes de bicicleta.
Los dejé a 5.000 kilómetros.